Veraneando en Valencia

 


Esta foto está hecha en una playa de la capital de Valencia, en el verano de mil novecientos sesenta y nueve.  

Puede que fuese la playa de Malvarrosa o El Saler, es difícil saberlo después de tantos años, porque cada verano íbamos a Valencia a ver a la familia de mi padre y siempre íbamos algún día a la playa. 

En la foto estoy con mi madre, jovencísima con 21 años y yo a punto de hacer un añito. Al ser en blanco y negro no se aprecian los colores, pero mi madre llevaba un bañador rosa y negro a juego con su gorro de baño, parecía que llevaba en la cabeza una especie de anémonas de plástico y a mí me encantaba pasar los dedos entre ellas porque hacía cosquillitas. Yo llevaba un triquini de color rojo y colgado mi chupe inseparable. Muy guapas y modernas las dos. 

Pero la historia que quiero explicar no es esa sino la que se lio ese día camino de la playa y que casi acabamos en el cuartelillo. 

Íbamos en un autobús dirección a la playa toda la familia y cuando digo T O D A era porque íbamos unos cuantos. Mi madre me llevaba en brazos y yo estaba dormida. Un señor al pasar por nuestro lado me dio en la cabeza un golpe, despertándome y haciendo que llorara desconsoladamente. Al pasar de largo y no decir nada, mi madre le recriminó que por lo menos podía pedir disculpas y él dijo, si la niña llora, se aguanta y la ignoró.  

A mi primo José Antonio, adolescente entonces y temperamental como era, le dio un ataque de genio y empezó a decirle de todo al hombre menos guapo. Se enzarzaron en una discusión, en la que se unió uno de mis tíos que, aunque no se había enterado de lo sucedido fue a defender a su sobrino, otros primos se unieron a la pelea verbal y el hombre se vio acorralado y sin escapatoria posible. La situación subió de tono y estaban a punto de llegar a las manos cuando el conductor del autobús paró en seco. Mis padres atónitos no podían creer la que se había liado por mí. 

Casualmente un policía pasaba por allí y fue a ver que qué pasaba. Aquel hombre dijo que todos los del autobús se habían vuelto locos y que le querían pegar y que él no había hecho nada.  

El policía quiso detener a mi primo José Antonio porque era el más follonero y no se callaba. Los pasajeros del bus fueron en su defensa diciendo que él había defendido a su tía y a su prima y que la culpa era del otro. 

Como no se llegaba a un acuerdo, el policía al final dijo que no habría detenidos si mi primo y su familia bajaban del autobús. Bajamos toda la familia y el autobús quedó vacío, solo quedó el hombre que me dio el golpe con el policía y el conductor, claro. 

Esta anécdota, la oí durante años, cada verano que íbamos a Valencia, entre risas de los que estaban allí y de los que no, que también se habían hecho la historia suya, una historia que se ha ido exagerando seguramente un año tras otro y la cosa no fue para tanto. 

El significado especial de la foto sería lo unida que estaba antes la familia, que nos veíamos poco por la distancia, la mitad estábamos en Cataluña y la otra mitad en Valencia, pero cuando lo hacíamos disfrutábamos muchísimo. Ahora ya somos muchos, ya no viven los abuelos y quedan solo dos tíos vivos y son muy mayores, la cosa no es lo mismo, verse con todos es complicado. Los de Cataluña hacemos una comida al año y somos unos sesenta y pico. A mis primos hermanos, que son más de veinte, los quiero un montón, algunos ya son abuelos, el mayor tiene misma edad que tendría ahora mi padre.  

En el 1994 y en el 2015 hicimos un encuentro familiar, catalanes y valencianos en Sant Carles de la Ràpita, a medio camino de las dos provincias, faltaron muchos, pero todo y así éramos más de un centenar de personas vestidas todas de blanco con un pañuelo azul, fue genial vernos y abrazarnos y el corazón se nos encogió cuando tuvimos que despedirnos. El próximo encuentro dijimos, para el 2020, pero el destino, bueno, mejor dicho, el Covid, no lo ha hecho posible. 
 



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