RELATOS: Cantar al viento

Llevaba demasiado tiempo en ese oscuro sótano. 

Había perdido toda esperanza, para mí, todos los días eran iguales, es más, si no sabía si era de día o de noche, solo podía sentir la humedad que me helaba, un frío que me congelaba los pensamientos y solo quería dormir...


Sin esperarlo, un día, escuché algo, alguien había entrado, se acercó y con sus dos manos me cogió. Me sobrecogí, no me gustó el tacto, era muy desagradable, pero conforme salía de ese sótano empecé a sentirme mejor, la luz me deslumbraba y tenía miedo, no sabía que iba a pasar. Empezó a quitarme todo el polvo y telarañas, después me untó con una grasa y con un trapo me frotó y frotó hasta dejarme brillante, sin óxido, como nuevo. Y me expuso en una tienda de antigüedades.

Era agradable ver el ir y venir de tantas personas que me miraban y tocaban.


Y un día llegó él, el Maestro. Me observó, me tocó con sus manos fuertes y rugosas. Me levantó con toda facilidad, ¡y eso que yo peso más de un quintal!, y dijo: me lo llevo. Ahí fue cuando me cambió la vida.


Me enamoré enseguida de su taller, me sentía tan bien...
Cuando empezaba a escuchar que echaba el carbón en la fragua y el sonido de la manivela que le daba fuelle para hacer fuego, me aceleraba, me ponía a mil, porque ya sabía lo que venía. El hierro candente encima mío y el Maestro con sus manos dándole al hierro con el martillo, no me hacía daño, que va, era entrar en éxtasis, era increíble como un hierro rígido era moldeado como la plastilina y sobre mí se hacían realmente obras de arte. Cada día pensaba, que haremos hoy... Somos un equipo genial, el Maestro, el martillo y yo.


Una mañana, muy temprano, ni el sol había salido, el Maestro me cogió y me subió a la furgoneta, con la fragua móvil y todas sus herramientas, tuve miedo, ¿y si me vende?, pensé. Después de varias horas de coche llegamos a un pueblito de la montaña y tuve la más grande de las sorpresas, me dejó en una explanada, al fondo se veían las montañas, todo muy verde, lleno de vegetación, precioso. Y entonces vi a más maestros y más como yo, yunques que cantaban al viento, clonc clonc clonc clonc...

!!!! Estaba en un encuentro de Herreros !!!!

Qué felicidad, no estoy solo, pensé.
Mi maestro, incansable, todo el día me estuvo picando, sin perder el ritmo y yo aguanté como un campeón. ¿Y sabéis que creó ese día?, lo más alucinante, un dragón, ¡y lo hizo casi sin remaches!, ya os digo que fue una obra de arte.






Este relato lo escribí
en octubre de 2019,
al mes de fallecer
mi padre, rindiéndole
un pequeño homenaje.

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